No insistiré en decir lo mucho e
intenso que viví nuestra experiencia. Fue mágico saber de ti, después de tanto
tiempo. Casi no me lo puedo creer. Fue un aroma lo que me condujo hasta los
recuerdos que vagaban impolutos en la línea de tiempo que ambos transitamos.
Olí a incienso. Te reconocí al
momento. Tan erguido, altivo y soberbio, como siempre fuiste. Me guiñaste un
ojo, ese ojo moreno, negro, profundo que me arrastra hasta la temeridad de este
nuestro Mundo. Me acerqué de nuevo a ti. Necesitaba de tus brazos, de esa
seguridad que tu altivez me da. Me dejé abrazar. Me balanceaste en silencio,
mirándome fijamente, penetrándome, escrutándome, doliéndome el alma por saber
de todas tus artes para encandilarme. Me diste de nuevo la oportunidad de ser
tu amante. Fue entonces cuando acepté, cuando sonó la música, unas dulces notas
emitidas por aquella Legendaria Arpa. La misma que un buen día quedó rota de
cuerdas, cuya fusta registró cada vez que tú y yo nos encontramos y unidos, bailamos.
Me sujetaste fuerte. Me acerqué a tu cuerpo con total entrega. Comenzamos a
trazar pequeños y sinuosos pasos, hacia adelante y hacia atrás. Me volteaste. Rozaste
con tu mano mi seno. Se me erizó el cuerpo entero de puro placer. Cerré los
ojos. Escuché. Vibré. Respiré por primera vez. Cuando reaccioné, el Arpa seguía
tocando, estrofa a estrofa, nota a nota, la única melodía que recitaba uno a
uno todos nuestros días juntos, unidos en una única pieza, la que el sabio
instrumento emitía sólo para que nosotros bailáramos. Me sentí profundamente enamorada
de ti. Cautivada por tu mirada profunda y juvenil. Eres un gran bailarín. Tiemblo
cuando me rozas, cuando en silencio me gozas, cuando en un soberbio momento me
ignoras, cuando soy para ti un simple juguete y cuando sé que me esperas para
reencontrarnos como siempre, aunque sea con otros ropajes u otros harapos,
aunque sea con vestidos de nobles, luciendo las alhajas que juntos robamos o
bien cuando nos miramos para beber de las aguas de los mismos ríos que
contaminamos.
¿Bailamos? Sí, claro – me dices. Tú y Yo bailamos cada vez que nos reencontramos. Bailamos, bajo las notas de este instrumento legendario, pues no existe espacio ni tiempo que consiga separarnos. No existe propósito que alcance a marchitarnos. Somos dos, somos ambos, somos la dualidad de este Universo, a veces trágico, otras veces increíble, imprevisible, pero siempre mágico.
¿Bailamos?
¿Bailamos? Sí, claro – me dices. Tú y Yo bailamos cada vez que nos reencontramos. Bailamos, bajo las notas de este instrumento legendario, pues no existe espacio ni tiempo que consiga separarnos. No existe propósito que alcance a marchitarnos. Somos dos, somos ambos, somos la dualidad de este Universo, a veces trágico, otras veces increíble, imprevisible, pero siempre mágico.
¿Bailamos?